La relación

09:00 horas.

Carmen S. Gravilla aparcó frente al oscuro edificio de arquitectura represiva, un gran centro de acogida de enfermos mentales, un manicomio, y a la vez, un Centro de Investigación Neurológico.

Ella era una mujer bellísima, rubia, alta, delgada, aunque bien formada, elegante. Era la Doctora Jefe del Departamento de Investigación, y Presidenta del Consejo de Accionistas de la Empresa.

Saludó, sin mirar, al conserje que le abría la puerta de entrada, se identificó con su pase magnético a los impasibles Vigilantes del Vestíbulo, y caminó, taconeando, tranquila, sabiéndose observada, hasta los ascensores.

Ya en su despacho, sola, se quitó el fino abrigo negro, y se puso una bata sobre su blusa y la elegante faldita de tubo que realzaba la belleza de su maravilloso cuerpo, sus perfectas y largas piernas. Era una mujer sin igual, tan bella como gélida. Sólo sus grandes ojos marrones delataban, quizá muy lejanamente, la pasión y las ansiosas ganas de amar, de ser amada, escondidas tras aquel perfecto y frío rostro.

Una secretaria entró, silenciosa, se acercó al escritorio, dio los buenos días, y depositó un taco de carpetas y fichas. Carmen se volvió a ella y le pidió un té con limón.

09:45 horas..

La Doctora caminaba despacio, su taconeo reverberaba por el largo pasillo. Llevaba examinados cinco enfermos mentales, en el ala de máxima seguridad.

La galería de los psicópatas y violadores más peligrosos del país. Dos fuertes y corpulentos enfermeros la seguían, pensando que, donde ella entraba, un nuevo ser humano sería víctima aquella noche para una Lobotomía, delicada operación que convertía en un inofensivo vegetal al más agresivo de los internos.

Carmen paró frente a la habitación 3.02. Abrió la mirilla, para alcanzar a ver a un enfermo que aparentaba estar tranquilo, pensativo. Estaba desnudo de cintura para arriba, y sólo llevaba puesto el pantalón del pijama, descalzo, arrodillado, en postura de meditación.

Ojos cerrados, respiración pausada, brazos laxos, relajados. Completamente calvo, rostro enjuto, nariz recta. Sonreía, estaba pensando claramente en algo agradable, alguna pasada circunstancia muy especial.

- Perdón, Doctora, pero creo que no es aconsejable que entre UD ahí. Si le parece bien, entraremos y lo inmovilizaremos en su cama.

- La ficha del Historial de JLM 60022 dice que es peligroso, un violento asesino psicópata, extremadamente inteligente y culto, que disfruta devorando trozos arrancados de la carne de sus víctimas.

Por dos veces casi consigue escapar de este centro, habiendo matado sin piedad a varios miembros de Enfermería y Seguridad. No se preocupen, entraré y examinaré al enfermo.

Los enfermeros se miraron sorprendidos. Nada impresionaba a La Doctora. Uno de ellos alcanzó una silla, frente al paciente, para que ella pudiese sentarse y hacerle el Test.

- JLM 60022... Buenos días. ¿Terminó sus ejercicios diarios de meditación?.

El paciente abrió muy despacio los ojos, y su mirada se plantó, fija, sin parpadear, en los fríos ojos de la Doctora. Una mirada dura, como sólo unos rasgados, cansados ojos de color verde podían expresar.

La Doctora experimentó, sólo por un instante, algo de inquietud. No podía apartar los ojos de esa mirada. ¿Era imaginación suya, o él estaba leyendo sus emociones...?

JLM 60022 sonrió. Lo hizo, sin parpadear, sin apartar la mirada taladradora de los ojos de ella. Carmen tosió, se retrepó en la silla y se colocó las finas lentes.

- Buenos días, Doctora... Srta. Carmen. ¿Te encuentras bien? Tus manos tiemblan un poco.

- ¡Llámeme Doctora! Y póngase la chaqueta del pijama. Hemos de hacer unos Test.

- Si no te importa, Carmen, permaneceré como estoy. De aquí no voy a ninguna parte. ¿Te molesta ver mi torso desnudo? Tienes unas piernas preciosas, querida.


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